ROMPER CON EL PARADIGMA I PARTE

Foto: Alon Albergu ROMPER CON EL PARADIGMA La sensualidad patrimonio natural del ser humano Por Pedro Taracena Gil PRIEMERA PARTE Sin acudir a principios científicos, por mera observación, los...
2002

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Foto: Alon Albergu

ROMPER CON EL PARADIGMA

La sensualidad patrimonio natural del ser humano

Por Pedro Taracena Gil

PRIEMERA PARTE

Sin acudir a principios científicos, por mera observación, los seres humanos recibimos sensaciones de todo aquello que nos rodea a través de los cinco sentidos: la vista, el oído, la lengua y labios, el olfato, los dedos y manos, son ventanas abiertas en nuestro cuerpo para percibir ciertas variaciones sensoriales, que si son positivas nos causan deleite, y si arrastran cargas negativas nos hacen daño. El cuerpo en general puede ser receptor y emisor de una gran carga sensual. Una suave brisa sobre el rostro, la contemplación en una puesta de sol paseando por la playa con los pies descalzos, las caricias de la persona amada, un apretón de manos entre amigos, o una sesión de masaje escuchando simplemente el silencio. Las sensaciones conscientes propiciadas por estímulos propios o ajenos, configuran nuestra sensualidad. Los animales también reaccionan ante cualquier estímulo de acuerdo con claras o veladas  muestras de agrado, desagrado o indiferencia. Es evidente que no es preciso ser versado en ciencia, para saber que la sensualidad toma parte del reino animal y es suficiente la simple observación para comprobarlo.

El primitivo instinto de procreación y conservación ha jugado un papel evidente en la evolución de las especies. Además de los cinco sentidos captores de la sensualidad, la naturaleza les ha dotado de la atracción sexual. El macho busca a la hembra arrastrados en época de celo para la cópula y de este modo garantizar la supervivencia de su especie. Sin embrago la sexualidad en el ser humano, aunque tenga el mismo fin, es mucho más compleja y se pueden apreciar muchos matices. La mujer y el hombre no están a expensas del periodo de celo como el resto de las especies. El libre albedrío decide cuándo y con qué fin se produce el ayuntamiento sexual. La naturaleza que ha dotado de sexualidad a mujeres y hombres, no está al servicio exclusivo de la procreación. Más aún, la sexualidad enriquece sobremanera la sensualidad que proporcionan los cinco sentidos, de los cuales estamos dotados. Sin profundizar en la antropología del ser humano, se puede constatar que aunque el aparato genital reproductor de ambos sexos, encuentre su último fin en la procreación, de ninguna forma es exclusivo y excluyente de otras manifestaciones sensuales y sexuales. Esta evidencia promocionada por la naturaleza, no siempre ha sido interpretada por el hombre de este modo.

El paradigma que la historia de la humanidad ha ido diseñando a través de los tiempos, está preñado de influencias decisivas culturales y religiosas.  Cuando en este ensayo nos referimos al paradigma, es evidente que esta singularidad encierra una pluralidad; contaminando los valores naturales de la sexualidad y la procreación; estableciendo que la sexualidad es intrínsecamente mala cuando trasgrede su fin, que es el de la procreación conforme a las leyes naturales.

Muchos son los  avatares que han configurado este binomio sexo-reproducción. Para acotar las secuencias en este breve ensayo, podemos tomar el siglo XX en el contexto del mundo occidental, como ejemplo de paradigma más próximo. La célula social que albergaba la venida de la prole, era la constitución más o menos formal, de una futura madre y un futuro padre. El mundo judeo-cristiano y más tarde el islam, introdujeron mandatos de origen divino relativos al uso y abuso  del sexo. La sociedad occidental es producto de una religión monoteísta con mucho poder de influencia sobre los pueblos, hasta la segunda mitad del siglo XX. El sexo quedaba relegado al matrimonio religioso y exclusivamente con fines reproductores. Es decir, la institución matrimonial ponía remedio a la concupiscencia, resolviendo la incontinencia sexual. Sobre todo encaminado a traer hijos al mundo. El placer es una consecuencia que obtenido al margen de este fin, es pecado. Es reo de culpa y por tanto de condenación, quien practique autocomplacencia en sus zonas erógenas mediante la masturbación.  Tampoco le está permitida la práctica coital con intención de evitar la concepción, mediante profilácticos de cualquier tipo o eyaculando en el exterior, lo que se viene denominado, onanismo. Por supuesto toda relación sexual encaminada solamente al deleite sexual, fuera o dentro del matrimonio canónico, está considerada como perversa y mala. Una vez situados en el lecho conyugal, no todo les estaba permitido al hombre y la mujer. Las prácticas al margen del ayuntamiento sexual exigido para que el semen del hombre se deposite en la vagina de la mujer, son consideradas como pecado y contra natura.

Es fácil deducir que la sexualidad y la religión son opciones antagónicas. La religión considera la sexualidad como algo sucio, vicioso y malo. Sin embargo la abstinencia y el autocontrol se valoran como virtudes y conductas meritorias. La sexualidad al margen de la procreación, es pecado mortal, sin embargo estas mismas conductas en las sociedades occidentales, se reconocen como derechos intrínsecos de la persona. La evolución de las ideas morales y políticas a través de las épocas ha sido muy lenta, y la separación del poder religioso y el poder político, ha caminado en paralelo acompañados del pensamiento teológico y racional respectivamente. Dando lugar a los estados modernos donde el hecho religioso se reduce al ámbito privado, surgiendo las sociedades laicas. Los estados se han dotaron de constituciones laicas o aconfesionales. Como consecuencia de este laicismo sin ataduras religiosas, surgió la libertad sexual que se convirtió en un derecho inalienable de la realización de la persona. Pero en no pocos países el conflicto sigue situado entre la vieja alianza trono altar y el maridaje de facto entre la Iglesia y el Estado. Sobre todo en las naciones que siguieron la Contrarreforma de la Iglesia Romana, han mantenido y mantienen un reducto nada despreciable de oposición a los valores laicos, ajenos a cualquier confesión religiosa. El caso español es un ejemplo de la influencia de las tesis vaticanas a lo largo del siglo XX, a pesar de dotarse de la Constitución de 1978, con valores laicos y teóricamente aconfesionales.

La libertad sexual, supone la ruptura del paradigma. La sexualidad considerada como un valor positivo marca la mayor ruptura, entre el pensamiento basado en la razón y los principios aceptados por la fe. Donde la sexualidad no entiende de géneros. El hombre y la mujer son iguales y ligados por valores humanos, no divinos. Son libres para desarrollar la sexualidad de forma individual, buscando su propio placer. También entre hombres y mujeres o bien formando parejas del mismo sexo, sin necesidad de establecer ningún vínculo legal. Respetando siempre los compromisos evidentes de respeto, igualdad, libertad y complicidad. Donde nadie es más que nadie, ni menos que ninguno. El fin de las relaciones sexuales no es la procreación. La procreación es una opción. De aquí se deduce que la maternidad no viene impuesta a la mujer. La mujer decide ser madre o no. Y una vez embarazada establece si desea parir o interrumpir su embarazo según las leyes. La maternidad es un derecho, no una obligación. Y el derecho a decidir sobre su propio cuerpo es de la mujer, no del Estado o de la sociedad. La discrepancia sobre si la interrupción voluntaria del embarazo, es un derecho de la mujer o prevalece el derecho a la vida del no nacido, es una discusión que tiene bases morales y religiosas no científicas.

La libertad sexual nos conduce a la igualdad, esta igualdad no la concede la realidad de ser padres. La igualdad viene dada por el derecho natural reconocido por la Constitución. El ser humano tiene los mismos derechos, sea mujer u hombre. A estas alturas los logros y cotas obtenidas en el derecho a la libertad sexual y en la igualdad en general, se puede afirmar sin lugar a equivocarnos que, en el plano personal, social y legal, sí se ha roto el paradigma. No obstante, este paradigma aún se resiste a desaparecer, pero los argumentos que lo sustentaba están perdiendo fuerza.

Todo aquello que era pecado, prácticas contranaturales que constituían esquemas inamovibles como la familia tradicional, han saltado por los aires. Las prácticas sexuales son una realidad en nuestra vida. Más aún, la sexualidad es el motor del mundo. La sexualidad está presente de forma individual y compartida, hombres con hombre, mujeres con mujeres, mujeres con hombres, formando parejas de hecho o de derecho. Matrimonios mixtos, civiles o religiosos, porque en el caso de los matrimonios religiosos, los hay que no aceptan todos los preceptos canónicos; quedando la ceremonia eclesiástica como un evento  social. El erotismo es  el amor sensual e impulsor de la sexualidad. Es la capacidad del ser humano para imaginar y crear fantasías que exciten el apetito sexual, y así lograr mayores cotas de originalidad y de placer; evitando la rutina y ahuyentando el tedio. La libido es la fuente del deseo sexual, considerado por algunos sexólogos como la raíz de las manifestaciones de la actividad psíquica. La divinidad Eros, antagónica de Yavé, exalta el amor físico elevándolo a la categoría de sublime. Esta narración poética entra en conflicto con los estoicos planteamientos del paradigma ancestral herido de muerte en nuestros días. Planteamiento prosaico de que el sexo únicamente sirve para engendrar y multiplicar la especie.

Observando los avances y logros sensuales, sexuales, eróticos y por qué no, pornográficos, encontramos que las satisfacciones logradas, han saltado los muros de los lechos amorosos y se comparten con las redes sociales en beneficio de la colectividad.  La escuela de la sexualidad es una realidad. Los temas tabú salen de los armarios de la hipocresía, y alcanzan el valor que nunca debieron haber perdido.

Ahora se habla de las conquistas de la mujer en la consecución de sus  orgasmos. En las iniciativas y alternativas, donde no hay nada vedado o vetado. El débito conyugal no doblega a la mujer a ser la sirvienta sexual del hombre. Puede rechazar o demandar solicitudes de su compañero, como el coito anal, el sexo oral o la colocación de un preservativo si así lo desea. La “postura del misionero”, preconizada por la Iglesia, queda fuera del lecho del placer. Hay alternativas venidas de Oriente o de Occidente que son más placenteras y menos dependientes y humillantes.

Si el paradigma se ha roto con la legalización de las relaciones gay, la irrupción legal también de las relaciones lésbicas, han tenido mayor  explosión de libertad  si cabe, y luchan porque su visibilidad en la sociedad sea mayor hasta alcanzar la normalidad. Al menos en el lenguaje habitual ya no se oculta que el hombre también tiene su punto G. Y que las relaciones entre mujeres, aunque no disponen del falo, pieza considerada esencial en la historia de la humanidad, no son por ello menos placenteras. El falo tiene mucho de mito. Es el símbolo del poder sexual, de la fertilidad como esencia de la procreación, y sobre todo al hombre se le consideraba hombre mientras su miembro viril se encontrara en erección. ¡Cuántos fracasos amorosos se han producido por esa petulancia! Mientras el hombre presumía de no se sabe cuántos polvos en una unidad de tiempo imprecisa, pocas veces enumeraba los orgasmos que había provocado en su amante. Y mientras su altanería no tenía límites, en los lechos conyugales se acuñaba la frase del orgasmo fingido. El falo también es el símbolo de la sumisión de la mujer ante el hombre, casi por naturaleza.

El paradigma se ha roto, y con él, el mito del macho ibérico. Mito estrictamente español inspirador de dramaturgos y músicos. El pene es el símbolo del sexo, pero no de la sexualidad, y menos de la sensualidad, que interviene todo el cuerpo. Hay hombres que por razones patológicas, padecen de forma permanente o temporal la disfunción eréctil. ¿Este hombre es un mutilado sexual? No, simplemente tendrá que utilizar otras herramientas de su propio cuerpo. La sexualidad se concibe en el cerebro y a través de las habilidades sensuales puede alcanzar sus ansiados objetivos. A raíz del episodio eréctil un paciente consultaba a su cirujano: “Doctor, ahora que me ha practicado una extirpación  radical de la próstata por un tumor cancerígeno, ¿no volveré a encontrarme el punto G? Esto lo decía antes de salir del hospital. En la primera revisión después de la intervención quirúrgica, el propio paciente traía la respuesta. Lo que él creía que provocaba el placer orgásmico, no era la superficie de la próstata, las órdenes procedían de más arriba y su respuesta de lo más hondo.

El paradigma ha roto, también, los dogmas y mitos tradicionales. Aquellas personas que se unían en matrimonio soportaban el yugo de la sentencia implacable que decretaba: “Y se unirá el hombre a la mujer y serán los dos una misma carne, hasta que la muerte les separe” Así se comenzaba a vivir en una mentira. Se condenaban a que este yugo les hiciera iguales, no siendo posible y además perdiendo forzosamente su individualidad. Los dos juntos cumplían la condena de hacer lo mismo, aceptando lo mismo y discrepando en lo mismo. Mientras se producía el hecho de que el amor podría no ser eterno. Este concepto perverso de la unión, mataba toda riqueza individual perdiendo la ocasión de complementar la vida en común. Cualquier osadía que intentara salirse del guión establecido, caía sobre el transgresor la sospecha de infidelidad. Este pretendido equilibrio lejos de hacer justicia, favorecía las tendencias de posesión del hombre (activo), y las posturas sumisas de la mujer (pasiva). El amor nada tenía que ver con la procreación y la sexualidad tampoco estaba exclusivamente ligada al amor. El amor, el sexo y la procreación no formaban una misma esencia. Podían coincidir en el tiempo, pero no constituía garantía de permanencia. La venida de los hijos en esa confusión de falsedades conceptuales, encubría evidencias que de existir, eran temporales o nunca habrían estado presentes, al menos como estaban escritas en los paradigmas ancestrales. El yugo matrimonial a perpetuidad engendraba el machismo que tardaría muchos siglos en considerarse como perverso y negativo, atentado contra la dignidad de la mujer y contra la igualdad. Dejando constancia que: el amor, el cariño, la sexualidad, la sensualidad y la procreación, pocas veces venían juntos como libre opción. Quedando claro que para conseguir la perpetuidad de la especie solamente es necesario el ayuntamiento carnal. Como el resto de los animales.

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Periodista y amante del relato corto y del ensayo. Como escribía Unamuno: "Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad" Condeno con todas mis fuerzas el genocidio franquista desde 1936 a 1975.

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