QUE VIENES LAS SUECAS

QUE VIENEN LAS SUECASAh, las suecas, aquellas esculturas nórdicas que parecían cinceladas por los escultores griegos… Fidias, el ilustre picapedrero de la Grecia antigua, viéndolas, se hubiera puesto las...

QUE VIENEN LAS SUECAS
Ah, las suecas, aquellas esculturas nórdicas que parecían cinceladas por los escultores griegos… Fidias, el ilustre picapedrero de la Grecia antigua, viéndolas, se hubiera puesto las botas. Eran tantas, tan macizas y tan bellas, que no hubiera dado a basto con el cincel, ni con el de hierro, ni con el otro. Por fortuna para eso estaban los españolitos, que compensaban los desajustes morales derivados de una una historia oscura lamentable, cargada de estropicios, de chantajes inconcebibles, vestida eternamente de negro y de miserias sin cuento, que duró demasiado. !Dos mil años nada menos!…Ni que decir tiene que fueron ellas, las suecas, las que rompieron la agobiante moral católica imperante, en aquella España carcomida, atrasada y mísera, llena de tópicos, llena de miedos y sobre todo, llena de ignorancia…Las suecas acabaron de un tajo con dos mil años dominio clerical y de abuso sistemático de las omnipresentes sotanas. Fue una gozada constatar que el repugnante abuso moral de la Iglesia sobre los ciudadanos españoles, menguaba proporcionalmente, al recorte de las faldas de aquellas diosas hijas de Thor que erotizaban las playas españolas…Dos mil años de tiranía infame, se fueron al carajo en un visto y no visto. Las férreas y lacerantes cadenas del miedo que durante siglos esclavizaron la vida de todos los celtíberos, eran rotas, desmanteladas y barridas, por el inmenso poder de unos simples pelillos, rabiosamente rubios, que formaran las pelambres de los pubis nórdicos.
San Antonio (Ibiza), verano de 1971…Hacía unos cuantos meses que había terminado mi periodo militar en la BRIPAC…Tras un fracaso amoroso que me había llevado a Paris, retorné a la patria con el rabo entre las piernas que se dice. Por aquellas circunstancias rocambolescas de la vida, al final di con mis huesos en Ibiza, la llamada isla blanca. He de decir que no pude hacer mejor elección…En Ibiza la movida «Hipy» se hallaba en pleno apogeo, algo que me sorprendió. El contraste de aquella gente que acababa de pisar la luna, casi todos norteamericanos, ataviados con vestimentas nada convencionales, en relación a los autóctonos de la isla e incluso de los propios peninsulares, era tan abismal, que casi se diría pertenecíamos a especies diferentes…Mientras los unos, representaban la más rabiosa vanguardia de nuevos conceptos de vida, los otros, los isleños, permanecían anclados en la más profunda edad media. Pero era en lo tocante a lo sexual, donde las diferencias se mostraban con más descarne y con más escarnio. Mientras las ibicencas llevaban trajes que les llegaban a los pies, las hipys se bañaban desnudas en las playas. La guardia civil, conviene recalcarlo, no daba a basto con las detenciones; eran tantas que al final, desistieron de ellas.
No obstante, aquella movida fascinante, a mi me me sobrepasaba, así que me ubiqué en un camping que había en la entrada de San Antonio, lejos de los hipys, pero donde el ambiente no dejaba de ser extraordinario. Me topé con un Eden que estaba plagado de suecas recien llegadas que pululaban por doquier, junto a hembras holandesas, finlandesas y alguna que otra alemana o británica, aunque las suecas que eran sin duda mayoría, ganaban por goleada…Ayudado por la facilidad en el ligue, algo impensable en ningún lugar de nuestra geografía, lo difícil era no mojar desde el primer día. No necesitabas desplegar dote alguna para la conquista, sino que más bien te dejabas conquistar y eso era todo. Así que, a falta de tienda propia, me agencié una de las mini habitaciones que alquilaban a razón de 50 pesetas día y allí me tiré hasta que una de mis amigas, me dejara la suya al regresar a su país. Gracias, Kerstin…¿Que habrá sido de ti?
Habíamos salido desde el puerto de San Antonio en barca rumbo a Cala Bassa, una cala increible con unas aguas tan claras que peligrara Narciso. En la barca, un valenciano de Guadasuar al que ya conocía de antes, junto a tres suecas del camping que dormían en la misma tienda y que él conociera a su llegada dos o tres días antes. Ninguna alcanzaba los 20 años, pero !Dios! estaban de buenas que mareaban, guapas a rabiar, con unos ojos tan azules como el mar que surcábamos y tan femeninas, que parecían vírgenes del jardín de Hades. Si, si, eso parecían…!Joder con las virgenes!…Durante todo aquel día, ellas se lo maquinaron y se lo convinieron sin contar con nosotros. De las tres, dos se vendrían conmigo a la chambre y la otra, en la tienda con mi amigo…!Menudas dos semanas nos tiramos!… Ya digo, a la suecas habría que dedicarles un monumento por su contribución a la caída de la moral católica y a la liberación sexual de los españoles.

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De San Sebastiián de los Reyes, un poblacho situado al norte de Madrid, justo a 18 kms de la Puerta del Sol. Justo la diferencia que había entre una incipiente modernidad y la edad media. Un pueblo lleno de asnos, ovejas, cabras, mulas y carretas tiradas por bueyes,,,Hablo de mi niñez, claro. Eran los tiempos de los caciques, de los miedos ancestrales, de la mujeres de negro y de un servilismo tirando a la esclavitud. No obstante recuerdo con añoranza aquellos lejanos tiempos con mis primos que tenían una casa de labranza con un gran corralón, algunas tierras y muchos animales, incluidas un rebaño de ovejas. También las eras y los trillos en los tórridos veranos. Un pasado no muy lejano y que parece haberse mantenido vivo en los clichés de la memoria. Lo demás es rutina cambiante.

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