El desobediente Albert Rivera tenía que caer.

En el mundo de la política nada es lo que parece. Lo que vemos es lo que nos presentan los medios de comunicación que sirven al sistema. Un mundo...
2019-11-19 El desobediente Albert Rivera tenía que caer.

En el mundo de la política nada es lo que parece. Lo que vemos es lo que nos presentan los medios de comunicación que sirven al sistema. Un mundo de ideologías encontradas, de intereses económicos que las dirigen, de cierto glamour, de obediencias, de servidumbres y de codicia, de pocos aciertos y de muchas decepciones. Todo eso está más o menos expuesto, no tanto por la transparencia de los diarios e informativos, sino porque todos los hechos tienen consecuencias, y las consecuencias de los hechos de la casta gobernante quedan a la vista de todos tarde o temprano.

En ese mundo corrompido en el que la obediencia al poder es garantía casi infalible para mantenerse en el puesto, Albert Rivera era un estorbo desde hace meses. Rivera debía caer. Rivera tenía que caer. Y después del descalabro de la jornada electoral era el momento apropiado.

No fue casualidad que, durante el último medio año antes de las elecciones, Rivera sufriera el acoso de los medios que poco antes le habían apoyado durante largos años. El partido naranja y su líder, para esos medios de información, siempre obedientes a la voz del amo globalista y arcoíris, eran el ideal de regeneración frente a los anquilosados y corruptos PP y PSOE. Una formación política joven, nacida en la Cataluña de la lucha contra el independentismo, que se atrevía a arrojar la corrupción a la cara a los grandes partidos al mismo tiempo que abanderaba el estandarte de la ideología de género sin caer en el izquierdismo rancio. Eran el chico de Soros (uno de ellos) y su naranja mecánica. El equipo perfecto para atraer a los millones de votantes hartos de lo azul y lo rojo.

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