Un romance de película

El romance de Álora la bien cercada es uno de los textos más conocidos y valorados en  su género. Además, se recoge en varias antologías y libros de textos....

El romance de Álora la bien cercada es uno de los textos más conocidos y valorados en  su género. Además, se recoge en varias antologías y libros de textos. Cualquier persona culta al nombre de “Álora” asocia casi automáticamente “la bien cercada”.

¿A qué se debe que este romance, entre tantos recogidos de una rica tradición oral, sea tan especial?

La primera razón es su carácter realista, histórico. Relata un hecho  que pertenece a la historia de la reconquista y a la larga guerra entre cristianos y musulmanes. Sin olvidar  la recreación que supone cualquier creación artística, aquí tenemos un episodio de una gran historicidad: el intento de conquista, por parte del Adelantado don Diego de Ribera (muerto en 1434) del castillo de la ciudad de Álora, en poder de los árabes. Es, pues, el tema típico de los llamados romances fronterizos o noticiosos. En el Laberinto de la Fortuna, en la copla CXC,  de Juan de Mena se hace referencia a este suceso, comparando la muerte del Adelantado con otras muertes heroicas de personajes famosos, como Esteva, el conde de Mayorga o Rodrigo de Perea; aunque no parece que Mena use el texto del romance. El poeta sevillano  crea aquí una bellísima expresión: la villa no poco cantada. Menéndez Pidal observa que «esta alusión de Mena (1444) se refiere a este romance o a otro parecido. Por lo tanto, si sabemos que don Diego de Ribera murió en el año 1434, sabemos que fue escrito a raíz del suceso que relata».  (Flor nueva de romances viejos). La distancia temporal, pues,  no es grande, lo que confirma su carácter histórico o “noticioso”.

El mismo lugar es imaginable, localizable. Viérades moros e moras / subir corriendo al catillo. Imaginamos a los habitantes en los alrededores  de la fortaleza subir por la calle Ancha, intentando salvar sus pocos enseres. La mayoría de los romances, aunque relaten hechos con una base histórica, se desarrollan en un ambiente de ficción,  a veces de fantasía;  no suelen tener esa concreción espacio-temporal que tiene el romance de Álora.

La  otra razón de su excelencia radica en los valores estilísticos del texto. Yo cifraría estos valores con dos  palabras: sobriedad y dinamismo.

Se observa una  extrema sencillez en sus recursos. En esta sobriedad se narran los hechos sin elementos discursivos ni líricos. Incluso su final (a las primeras palabras / el testamento les dijo) parece querer omitir el dramatismo que conlleva esa muerte trágica. Lo que podía ser un final dramático se convierte en un elegante remate. Quizá el único elemento afectivo, lírico sea el recuerdo de la vinculación familiar de los que lo socorren (esos dos que había criado / en su casa desde chicos) mencionados con cierta ternura.

Ahora bien, esa sobriedad contrasta con su dinamismo. Los estudiosos del romancero tradicional  han estudiado como el romance, hecho sobre todo para la recitación oral  y pública, tiene caracteres propios del texto teatral. La rapidez de la narración, la elipsis, la presentación de los personajes con pocos y expresivos rasgos, la alusión al publico (viérades…), todo eso parece, más que lírico, teatral. En el caso de nuestro romance, voy más lejos: un dinamismo tan acentuado parece cinematográfico.  Comienza el poema con una vista “panorámica”  del pueblo (versos 1-8). Se establecen, así, las coordenadas espacio-temporales: escenario y  momento. El punto de mira se desliza luego hacia los alrededores. S acerca y mira a la muchedumbre que se mueve, incluso se acerca al detalle de sus objetos y enseres (vv. 9-16). Pasa a centrarse la mirada sobre las murallas del castillo (la cámara sigue acercándose). Luego (primer plano) se fija en un “morico” que está escondido entre dos almenas, dispuesto a fastidiar al pobre don Diego (vv. 19-22). Suena la voz del morico -hasta ahora la escena ha permanecido muda- y la cámara, sin cambiar de distancia, pero sí de dirección, apunta a otro lugar. Los hechos se suceden ahora vertiginosamente: se alza la visera, entra la saeta por esa rendija (vv. 27-30) y atraviesa la cabeza del protagonista. ¿Qué ocurre? Parece el final. Todavía tiene la cámara tiempo de acercarse y mostrarnos la escena última con un tono familiar, de interior (vv. 31-36).  Todo esto es de una gran modernidad: el dinamismo no está en los hechos narrados (no está sólo en ellos) sino en el punto de vista del  narrador que, en un texto relativamente corto, cambia profusa y continuamente con una agilidad casi vertiginosa.

Retórica, más que lírica o  teatral, cinematográfica.

Un romance de película.

 

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Nacido en Álora (Málaga), 1960. Profesor de Lengua , Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Málaga. Colabora con distintos medios con trabajos sobre temas literarios, sociales o religiosos.

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