Seamos Guido Orefice

Hace unos días vi por «enésima» vez la gran película «La vida es bella», y fue inevitable trasladar a esta época las hazañas del alegre y locuaz joven judío...
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Hace unos días vi por «enésima» vez la gran película «La vida es bella», y fue inevitable trasladar a esta época las hazañas del alegre y locuaz joven judío Guido Orefice, interpretado por el genio Roberto Begnini, para «disfrazar» la barbarie nazi que se desarrollaba en la Italia de 1945 y la miseria de un campo de concentración ante los ojos de su hijo Giosuè. Eran ellos dos contra el mundo, contra Hitler, el fascismo y ese error de la historia.

Su amor de padre pudo más que eso. Guido apeló a su creatividad y carisma para proteger a su pequeño y resguardar su mente infantil de la guerra, ideando un juego ficticio en el que debían sumar 1.000 puntos para ganarse un gran tanque de guerra y volver a casa. Convirtió su entorno en un cuento, en fantasía para Giosuè, una estrategia que le costó la vida a cambio de la libertad y la inocencia intacta de su pequeño.

Hoy pienso que existen muchos Guido Orefice en el mundo, que quieren proteger a sus hijos, sobrinos, nietos, hermanos menores, de las desgracias e injusticias que se reparten por los continentes. Ojo, protegerlos no es engañarlos, es minimizar el impacto de lo malo, colocar un escudo de acrílico a través del cual puedan ver algo, pero que el exterior no les afecte su vida de niño, sus juguetes y sus ganas de soñar en grande.

Las imágenes y las historias que se han desatado de la triste e incompresible crisis de refugiados en Europa, del desastre político, social y económico que azota a Venezuela; de los bombardeos incesantes en el Medio Oriente, de la hambruna en África, entre tantas otras calamidades del globo, son tan iguales a aquella guerra de Guido, que han llevado a los adultos a ingeniárselas como él.

En esta era los niños dejan de ser niños antes de tiempo. El caos mundial les trunca los sueños. Como casi le ocurre hace poco al pequeño Murtaza Ahmadi en Afganistán, cuyo padre se convirtió en un Guido y le salió al paso a la adversidad. En este caso fue el fanatismo religioso lo que quiso prohibirle a Murtaza soñar con ser un futbolista como Messi. Con una bolsa plástica se hizo una camiseta albiceleste como la de la selección Argentina, y pidió que le escribieran detrás el 10 y el apellido de su ídolo. Por esto fue perseguido junto a su familia y amenazado de secuestro por extremistas, al estos no concebir que quisiera ser eso, un futbolista, y no un discípulo y vocero más del Corán, y quizás después mutar en asesino y convertirse en parte del problema; como le ocurre a muchos niños que no han corrido con su suerte de tener un «súper papá», que logró huir con él y su familia a Pakistán para proteger su vida y su infancia.

El mal y la tristeza nos arropa cada vez más en este inmenso globo. Vivimos en un gran campo de concentración, en el país que estemos siempre habrá un «guardia nazi» aguardando para destruir la niñez de los más pequeños de la casa, o un fanático religioso queriendo adoctrinarlos con falsa fe para alejarlos de un balón de fútbol o una casa de muñecas. Seamos Guido Orefice y vistámonos de héroes. Sé que muchos están dispuestos a luchar por regalarles esos 1.000 puntos de felicidad e inocencia a quienes apenas empiezan a andar esta vida, que hoy no es tan bella, pero podría serlo.

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Periodista venezolano radicado en las Islas Canarias, España. Más de 10 años de trayectoria en medios impresos.

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