La Señorita Laura, una laica malagueña que dará mucho que hablar

El nombre de Laura Aguirre Hilla, conocida popularmente como la Señorita Laura, es muy famoso en la ciudad malagueña de Álora y suficientemente conocido en los ámbitos eclesiásticos de...

El nombre de Laura Aguirre Hilla, conocida popularmente como la Señorita Laura, es muy famoso en la ciudad malagueña de Álora y suficientemente conocido en los ámbitos eclesiásticos de Málaga.

En octubre de 2019, el Obispado de Málaga, a instancias de la Parroquia de Álora como parte actora, permite la apertura de su causa de beatificación en su fase inicial y provisional. Se abre, así, un largo proceso, al final del cual esta laica puede llegar a proponerse como modelo de santidad para la Iglesia universal.

¿Quién era esta mujer que trasmitió una especial fascinación entre todos los que la conocieron, creyentes y no, y que sigue deslumbrando hoy a los que se acercan al conocimiento de su vida?

Biografía

La vida de la Sierva de Dios Laura Aguirre Hilla casi coincide con la del siglo pasado. Nace en 1901 en el centro de Málaga, en un lugar cercano a la famosa calle Larios. Tiene la fortuna de venir a ese mundo  en el seno de una familia burguesa, culta, donde abunda la sensibilidad  para el arte, con arraigadas convicciones religiosas,  y numerosa (5 hermanos con ella), para los usos actuales. Muy niña queda huérfana de madre. Su padre, notario  de profesión, contrae matrimonio con María Baquera Segalerva, malagueña perteneciente a una familia de empresarios (la naviera Baquera, Kusche y Martín, con sede en varias capitales españolas). El nuevo matrimonio tiene 2 hijos. Pronto muere el padre, en La Carolina (Jaén), donde acababa de tomar posesión de su notaría. Dª María se queda con una numerosa prole: 5 hijos de su marido, entre ellos Laura que tiene 23 años, y los dos propios.

Comienza aquí para la Sierva de Dios una vida inestable, con continuos cambios de domicilio y ambiente.

Pasa unos años en Bruselas, acogida por  un hermana de su segunda madre (me resisto a llamarla madrastra), casada con un famoso ingeniero y aristócrata belga. Vuelta a España, a Madrid, poco antes de la guerra, donde trabaja en la zona de Vallecas con los más pobres. Comienza la guerra. En 1937, cuando ya Málaga está en la zona nacional, está en su ciudad natal trabajando como enfermera. Desde su etapa madrileña se vincula al grupo de laicas dirigidas por el Padre Soto, otra gran figura de de esta etapa brillante de la Iglesia española. En estos años está en Málaga  y Madrid, varios años en Jumilla (Murcia), ciudades malagueñas, como Vélez-Málaga, Ronda… Continuos cambios de domicilio, pero siempre haciendo lo mismo: atención espiritual y material  a los necesitados, especialmente a las niñas, colaboración con la parroquia y con las actividades pastorales del lugar.

En este trajín continuo llega al pueblo malagueño de Álora en 1950. No es ninguna jovencita; tiene 49 años y una vida llena de experiencias, trabajos, dificultades. Parece que la Providencia le tenía reservado este rincón del Valle del Guadalhorce para que su vocación se centrase aquí de una forma definitiva, hasta su muerte en  el último día de 1986.

Lo curioso de esta biografía es lo inestable que es desde el punto de vista externo y la continuidad y coherencia que mantiene internamente. Es decir, ella hace lo mismo y casi de la misma forma allí donde esté. En el Madrid de la postguerra, nos cuenta una persona que convivió con ella, iba a las tiendas de comestibles y pagaba anónimamente deudas de algunas familias que no podían hacer frente a los pagos. Organiza en una antigua vaquería una residencia donde acogía niñas a las que les daba cobijo y les enseñaba alguna habilidad profesional. Varios años después sus amigas la recordaban. En Jumilla (Murcia) durante varios años va a sostener una casa que tiene el nombre de Hogar Divina Providencia. También en distintos pueblos malagueños y en parroquias de la capital realiza actividades similares.

En Álora, última y larga etapa de su periplo vital, va a fundar la Providencia Parroquial Virgen de Flores, tomando el nombre de la patrona del lugar. La fecha de esta fundación es simbólica: último día del año santo 1950. Laura encuentra a una niña pequeña recogiendo colillas del suelo; su familia hacía con ellas cigarrillos para venderlos. La niña vive en unas condiciones de pobreza extrema. Tenemos el testimonio de esta niña, ya fallecida. A ella y a dos niñas más las lleva Laura a los bajos de un local, frente a la residencia parroquial. Las señoras que salieron de misa y visitaron el lugar se sorprendieron de su extrema pobreza. Como camas, unos jergones de sayo en el suelo. Ausencia de muebles, de enseres, de ropa… Para cocinar, unas piedras formaban una hornilla  de carbón.  Laura les hace a las niñas unos camisones para dormir con una vieja máquina de cose. A las niñas les hace mucha gracia, porque nunca habían conocido una camisa como aquélla. La gente le auxilia con dinero o comida. Las señoras de Acción Católica le ayudan como pueden.

Aquella mujer de educación exquisita, de porte señorial a pesar de la humildad de sus vestidos, pide puerta a puerta; visita las casas del campo, con un borriquillo prestado por una familia amiga, pidiendo para sus niñas.

Van llegando nuevas niñas porque la necesidad es mucha. Cambia de casa varias veces, y en cada lugar encuentra nuevas dificultades, hasta terminar, a finales de los 70, en la residencia actual (los interesados en conocer más detalles pueden consultar la Semblanza que insertamos en  la web: www.srtalauraaguirre.com).  

Con los años va aumentando esa gran familia que son las “Niñas de Laura”. Cientos de niñas acogidas por ella, atendidas, queridas, educadas humana y religiosamente. Cuando abandonan la casa, siguen vinculadas a Laura. Participa en bodas, bautizos, comuniones; a algunas les sirve de mediadora en problemas matrimoniales. En algunos casos, colabora para que adquieran una casa.

Así es su vida, dedicada a sus niñas y la gente necesitada de Álora, hasta que muere, con la misma serenidad y discreción con la que vivió, también un 31 de diciembre, en 1986, en la residencia definitiva.

Fundadora

En la diversidad de los santos hay muchos que han fundado órdenes,  grandes o   medianas instituciones, grupos de acción pastoral. Estos grupos han proyectado la figura de su fundador más allá de su vida y, de alguna forma, han constituido su legado. En el caso de la Señorita Laura esta institución es la gran familia de sus “Niñas”, que establecen con ella un vínculo que el tiempo no rompe y que se extiende, incluso,  a las siguientes generaciones. Algunos dicen, con un poco de humor, que son “nietos de Laura”.

 

Confianza en la Providencia

La vida de la Señorita Laura estuvo marcada por una continua práctica de la oración  de las virtudes cristianas. Siempre la acompañó la austeridad, el espíritu de pobreza, la humildad. Sin embargo, hay un rasgo que es como el sello perenne que la Gracia ha impreso en ella. Este rasgo es la confianza en la Divina Providencia. El abandono a sus justos, y, con frecuencia difícilmente entendibles, designios. La Providencia  le va dando continuos golpes de timón que hacen que la Señorita Laura cambie el rumbo de su vida; que tenga que rectificar y adaptarse, pero siempre manteniendo una línea clara y recta.

No parece que viniera a Álora a fundar una institución, pero le impulsa la necesidad acuciante que observa. Luego viene la aventura de buscar lugar, medios materiales y personas que colaboraran. Todo en este proyecto tiene aire de provisionalidad e improvisación. Ocupa distintos lugares que va acondicionando como puede, con la ayuda de la gente del pueblo. La vida cotidiana del grupo es un continuo vivir al día, sin medios materiales y en ocasiones sin comida, confiando que día a día la Providencia vaya proveyendo. Se cuentan anécdotas curiosas. Una noche, cuando nada había para comer para el día siguiente, alguien deja un saco de patatas en la puerta. Cada día hay que ir buscando los medios sin otra seguridad que esa Providencia, que al fin, se va encargando de que “la niñas” salgan adelante. 

Le asignan un lugar que parece que será el definitivo: el  convento anexo al santuario de la patrona, la Virgen de Flores. Aquello era un edificio semiderruido que hay que reconstruir prácticamente. Cuando  esto se ha hecho, con la colaboración popular, el obispo don Ángel Herrera decide que sea la sede de la Escuela del Magisterio Rural.  Un nuevo cambio de rumbo; un nuevo golpe de timón que ella acepta con obediencia  y humildad.

 

Una nueva etapa se inicia. Se aborda la construcción de una residencia en Álora (la actual), que se hace con la colaboración de muchas personas y el impulso de Cáritas y la Parroquia. En aquel edificio se comenzó a acoger, además de las niñas, a algunos ancianos. Con el tiempo las niñas fueron desapareciendo y los ancianos ocupando todo el edificio. Eran otros tiempos y otras necesidades. De nuevo la Providencia le conduce hacia un objetivo que seguramente ella no había previsto. No se olvide una dato no desdeñable: cuando comienza a trabajar con ancianos ella tiene más de 80 años.

Funda una Pía Unión de seglares  (ella siempre fue seglar, no religiosa), a la que se incorpora un  pequeño grupo de colaboradoras. Cuando  muere, las colaboradoras son las mismas con las que había empezado: Ángeles Medina y Socorro Sánchez. Hasta en los últimos tiempos habla de la necesidad de que Dios envíe vocaciones a su obra. Casi antes de morir, insiste en sus cartas en que hay que rezar por las vocaciones que tanto necesita.

Observada su vida de una forma panorámica, da la sensación de que las circunstancias han ido  modificando sus proyectos más importantes y que, al final, desde un punto de vista material, casi nada salió como ella previó.  Ello no es óbice para que, durante su vida y después de su muerte, los que la conocieron tengan la certeza de que la suya ha sido una vida plena, lograda, triunfante, vivida en una constante práctica de la humildad,  la confianza y la dedicación a los demás;  y arraigada en un sentido sobrenatural y en una profunda vida espiritual. Muchos de los que la conocieron tuvieron esa percepción de santidad, que es algo tan difícil de  definir

El fracaso, la frustración, las limitaciones materiales son dimensiones insoslayables de la vida humana. Sin embargo,  para el que confía en la Providencia, como la Señorita Laura,  son etapas pasajeras, que nos van a conducir a una mejor situación que quizá no comprendemos, pero que es más real que la misma realidad de este mundo.

Publicado en Marchando Religión https://marchandoreligion.es/

 

 

 

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Nacido en Álora (Málaga), 1960. Profesor de Lengua , Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Málaga. Colabora con distintos medios con trabajos sobre temas literarios, sociales o religiosos.

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