EL EXPOLIO NAZI DE LAS OBRAS DE ARTE

Tras su subida al poder, Adolf Hitler se obsesionó con crear una de las colecciones más importantes del mundo para su disfrute personal, y para ello no dudó en...
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Tras su subida al poder, Adolf Hitler se obsesionó con crear una de las colecciones más importantes del mundo para su disfrute personal, y para ello no dudó en saquear numerosas colecciones privadas, en especial la de ricas familias judías.

En esos doce años (1933-1945), el Tercer Reich logró hacerse con cientos de miles de antigüedades y obras de arte, de las cuales hoy se siguen sin localizar cerca de 100.000.

Robadas, desaparecidas, destruidas

Es muy posible que buena parte de aquellos cuadros y antigüedades resultaran destruidas durante la contienda, pero muchas otras simplemente se «perdieron» al ir pasando de manos tras la guerra.

Desde su subida al poder hasta su muerte, en 1945, Adolf Hitler, con la ayuda de su lugarteniente Goering, llevó a cabo un ambicioso plan que provocó el saqueo de numerosas colecciones privadas y museos de la Europa ocupada, entre las que se contaban las propiedades de importantes familias judías como la de los Rothschild.

Se sabe con seguridad, por ejemplo, que gracias a las actividades de Goering y del ‘Einsatzstab Reichsleiter (EER)’ de Alfred Rosenberg —una institución nazi para el expolio sistemático de obras de arte—, unas cinco mil pinturas habían ido a parar a la colección privada que Hitler estaba planeando reunir en la localidad austriaca de Linz, donde se había criado.

Entre ellas se encontraban algunas de las obras maestras de la pintura que, según distintos estudiosos, pueden considerarse las creaciones «favoritas» del mismísimo Hitler.

Buena parte de estas obras de arte se ocultó, muchas veces en minas de territorios conquistados, para evitar su destrucción a causa de los bombardeos cuando la contienda se inclinó a favor de los aliados.

Tras la guerra, los aliados consiguieron devolver parte de las obras robadas a sus legítimos dueños, pero muchas otras pinturas, acabaron extraviadas o perdidas, en ocasiones deliberadamente. De vez en cuando alguna sale a la luz, pero muchas continúan en paradero desconocido.

En busca del arte robado

Cinco años de investigación dedicó el historiador de arte checo Jiri Kichar a seguir la pista a parte de las obras robadas para la colección privada de Hitler. Su recompensa fue hallar dieciséis de estos lienzos escondidos por los nazis durante la II Guerra Mundial, entre ellas una de las “favoritas“ de Hitler.

Las pinturas fueron localizadas en los primeros meses de 2012 en el monasterio de Doksany, al norte de la República Checa, donde habrían permanecido desde 1945.

Desde esa fecha y hasta la actualidad, los historiadores las habían dado por desaparecidas. Al parecer, según Kuchar, estas dieciséis pinturas —obras de artistas alemanes como Franz Eichhorst o Paul Herrmann— habían sido compradas por orden del propio Hitler en 1942 y 1943. Sin embargo, cuando la contienda comenzó a tomar un cariz negativo para Alemania, Hitler decidió que estas obras fueran resguardadas en un monasterio de la antigua Checoslovaquia para evitar que resultaran destruidas por los bombardeos aliados.

Fue así como las obras de arte acabaron en el monasterio de Vyssi Brod, en el sur de la República Checa. Al terminar la II Guerra Mundial, soldados estadounidenses descubrieron las pinturas, pero aquellas que tenían menos valor no regresaron a museos y colecciones privadas, sino que su rastro se fue diluyendo.

Eso es lo que habría ocurrido, por ejemplo, con las dieciséis pinturas encontradas por Kuchar, de las que los responsables del Instituto Central de Historia del Arte de Alemania han confirmado su autenticidad, aunque descartaron que la colección tuviera gran valor económico.

Unas semanas después del descubrimiento de Kuchar, el historiador austriaco Burkhart List adquirió unos antiguos documentos del ejército nazi (de la Wehrmacht) que datan de la Segunda Guerra Mundial que le han puesto tras la pista de buena parte de una valiosísima colección de arte expoliada por el Tercer Reich a un adinerado artista judío de origen húngaro, el barón Ferenc Hatvany.

Al parecer en los documentos se especificaba que se había realizado un gran envío de obras de arte a unas minas ubicadas en las montañas Erzgebirge, en la frontera con la República Checa.

Dichas piezas artísticas, pertenecientes en su mayoría a la llamada Colección Hatvany, incluirían valiosísimas pinturas de Monet, Manet o Cezanne, entre otros, y estarían valoradas en más de 600 millones de euros.

Ahora List ha conseguido organizar una expedición a las minas abandonadas que se encuentran cerca de Deutschkatherinenberg (a unos noventa minutos en coche desde Dresde), donde supuestamente se habrían ocultado las preciosas obras de arte.

Hasta el momento, el investigador austríaco ha podido confirmar, con ayuda de avanzados instrumentos, la existencia de pasadizos desconocidos en la mina, y se han encontrado una ametralladora, una máscara de gas del ejército nazi y restos de explosivos. Ahora sólo falta dar con el «tesoro».

El “Arte degenerado”

Por oposición, el arte de características y líneas clásicas y académicas era considerado por el líder nazi como «arte heroico», y el más adecuado para la raza germánica, pues defendía ideales como la obediencia, el honor y la pureza racial, este este rechazo al arte moderno.

Este rechazo tuvo su punto culminante con la firma por parte de Hitler de un decreto que, en julio de 1937, oficializaba la persecución contra el llamado ‘Entartete Kunst’ o «Arte degenerado». Dicho decreto supuso la confiscación de casi 20.000 obras de arte de vanguardia, procedente de distintos museos y colecciones privadas.

Entre los artistas proscritos cuyas obras fueron «condenadas» y requisadas se encontraban figuras de la talla de Kandinsky, Max Ernst, Paul Klee, Emile Nolde o Edvard Munch, pero también otros creadores que incluso compartían los ideales del nazismo.

La prohibición por decreto del arte moderno promulgada por Hitler tuvo también otra insólita consecuencia: la puesta en marcha de una exposición que reunió más de 600 obras de «arte degenerado» que se mostraron en Münich entre julio y noviembre de 1937.

Las más de 600 obras se organizaron de forma caótica y se acompañaron de textos «informativos» que indicaban las cifras desorbitadas que el gobierno de la República de Weimar había pagado por aquellas muestras de «arte degenerado» y sin valor, en un intento por poner a la opinión pública en contra de esas manifestaciones artísticas modernas.

En la actualidad muchas de las 19.000 obras de arte «degenerado» que los historiadores calculan fueron confiscadas por los nazis siguen en paradero desconocido. Es posible que algunas sigan en colecciones privadas, pero un buen número de ellas fueron destruidas y se perdieron para siempre, como ocurrió con las más de 5.000 obras quemadas el 20 de marzo de 1939.

Los cuadros favoritos de Hitler

Ya era sabido que Hitler había sido un pintor frustrado en su juventud —intentó sin éxito entrar en la Academia de Bellas Artes de Viena—, así que cuando subió al poder en 1933 se decidió a crear una de las mejores colecciones de arte de todo el mundo.

Una de las más célebres es ‘La isla de los muertos’, del pintor simbolista suizo Arnold Böcklin, y que el Führer compró en 1933. El lienzo muestra una inquietante isla a la que se dirige una barca que porta un ataúd.

Todo parece indicar que el Führer se sintió atraído por la obra del artista suizo —llegó a poseer hasta once de sus pinturas y dibujos— debido al interés que este mostró en vida por la mitología germánica. Un tema que también atraía enormemente a Hitler.

 

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Periodista, blogger y escritora de contenidos.

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