Edith Stein: un cruce de caminos

Si hubiera que escoger un personaje que estuviera en el centro de las grandes corrientes espirituales e ideológicas que se han movido y enfrentado en el siglo XX, un...

Si hubiera que escoger un personaje que estuviera en el centro de las grandes corrientes espirituales e ideológicas que se han movido y enfrentado en el siglo XX, un personaje que resuma tanta maravilla y horror como ha gestado este siglo del Gulag y Auschwitz, este podría ser Edith Stein.  En su breve existencia (1891-1942) parece que le dio tiempo a vivir intensamente desarrollando distintas facetas (brillante estudiante e intelectual, enfermera, educadora, monja, mártir, santa) y  a situarse en el centro del torbellino de su tiempo.

Stein es judía y no renuncia a esta identidad, incluso después de de su conversión al catolicismo. Esto no es una circunstancia secundaria  o accesoria. Si algo caracteriza a este pueblo, es la importancia que le atribuye al estudio, su amor a la sabiduría.  

Es una joven y prometedora intelectual. Una persona que  está llamada al ámbito universitario y que inicia una brillante carrera académica con las dificultades, en esos años, de ser mujer. Para ella es un deslumbramiento personal el conocimiento de Edmund Husserl, fundador de la Fenomenología. Se convierte en su asistente personal y maneja y ordena los manuscritos del maestro, que nunca asumió del todo que una mujer ocupara un puesto académico relevante. Cuenta esta experiencia en su libro autobiográfico Estrellas amarillas[1].

 Husserl es el filósofo más importante de su tiempo. Abre un nuevo horizonte en el pensamiento filosófico: la superación del idealismo kantiano; el intento de trascender el subjetivismo y lo que podríamos llamar una vuelta a la realidad. Stein, a partir de su tesis doctoral (es la primera mujer doctorada en Filosofía en Alemania) despliega su pensamiento como desarrollo y continuación, pero también superación del pensamiento husserliano. Se convierte en la ayudante del filósofo y este trabajo le supone la renuncia en ese momento a la docencia. En este puesto le sucede nada menos que Heidegger.

Tenemos, pues, a una judía centroeuropea imbuida en la mejor de la tradición cultural alemana; esto es, una representante de una importante corriente espiritual que  configura la cultura occidental.

Pero hay algo más: su llegada al catolicismo y su posterior decisión de convertirse en una moja carmelita. Su hermana Erna cuenta cómo ese importante paso fue duro para la familia, especialmente para su madre, judía de una gran ortodoxia:

“En septiembre de 1921 nació nuestra primera hija, Susanne, y Edith -que precisamente se encontraba en casa-  [estaban en Breslau] me atendió de una forma enternecedora [Stein tenía experiencia como enfermera en la Gran Guerra]. Por cierto, una densa sombra se cernió sobre este tiempo, tan feliz por otra parte. Me confió su decisión de convertirse al catolicismo y me rogó que se lo comunicase a nuestra madre. Yo sabía que ésta era una de las difíciles tareas a las que me había tenido que enfrentar. A pesar de la comprensión de mi madre y de la libertad que en todo había dejado a sus hijos, esta decisión significaba el más duro golpe para quien era una auténtica creyente judía y consideraba como apostasía el que Edith aceptase otra religión”[2].

Edith da este paso sin romper sus raíces judías y sin dejar de tener esa entrañable relación con toda su familia, que va a conservar hasta el final.

¿Cómo fue la conversión de esta gran conversa?  Algunos, como Claudel o García Morente, sufrieron una mutación súbita, un fogonazo de luz que los deslumbró. En un instante cambió la dirección de sus vidas. Es un lugar común decir que Stein se convirtió con la lectura de la Vida de santa Teresa. Creo que en ella tenemos un proceso largo, que va madurando poco a poco y que tiene que ver, por supuesto, con cuestiones espirituales, pero al que no son ajenas las cuestiones intelectuales. Se podría trazar un paralelismo con otro gran intelectual: Henry Newman. Newman parte de una experiencia cristiana que va depurando y profundizando, hasta llegar al único puerto posible. El Newman anterior al catolicismo es “casi” católico. Stein sigue un itinerario distinto. Su punto de partida es el de una judía en lo cultural e increyente en lo espiritual –lo que no es infrecuente. Su búsqueda de la verdad tiene, en principio, un carácter intelectual, filosófico. Encuentra su punto de partida en el pensamiento husserliano; éste supone tomar una dirección contraria al largo trayecto subjetivista e idealista, que arranca en Descartes y culmina en Kant; supone una vuelta a las cosas, un apoyarse en un punto sólido más allá de la indeterminación del sujeto. Stein quiere avanzar más allá de este punto -como, en otro sentido, lo hace Heidegger- y lo hace en parte, interrumpida por su muerte prematura. En este proceso se va encontrar con la fe. ¿Proceso intelectual, espiritual? ¿Pueden separarse ambos aspectos? Tanto en Newman como en Stein el acercamiento a la verdad revelada supone una búsqueda intelectual, un largo proceso de reflexión y estudio.

Siempre se recuerda, como clave de su conversión, a santa Teresa que es, en efecto, un faro iluminador para Stein, pero hay otra influencia que ella misma reconoce: el filósofo Max Scheler. Scheler es otro pensador que parte de la Fenomenología y se abre a otros horizontes. Stein vislumbra en él algo para ella inédito:

“Tanto para mí como para otros muchos, la influencia de Scheler en aquellos años fue algo que rebasaba los límites del campo estricto de la Filosofía. (.) Yo no sé en qué año volvió a la Iglesia Católica. No debió ser mucho más tarde de por aquel entonces. En todo caso era la época en que se hallaba saturado de ideas católicas y hacía propaganda de ellas con toda la brillantez de su espíritu y la fuerza de su palabra. (.) Este fue mi primer contacto con este mundo para mí hasta entonces totalmente desconocido. No me condujo todavía  a la fe. Pero me abrió a una esfera de “fenómenos” ante los cuales ya nunca podía pasar ciega. (…) Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo, cayeron,  y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí[3].

Con su conversión, se cruzan en ella Filosofía europea y Cristianismo, dos corrientes distintas, pero confluyentes en tantos puntos, inexplicables el uno sin el otro.

¿Es posible unir Fenomenología y pensamiento cristiano? Voy  a llamar la atención de un breve e interesante opúsculo, que tiene su origen en un escrito de  1929 con ocasión del 70 cumpleaños de su maestro Husserl: ¿Qué es Filosofía? Un diálogo entre Edmund Husserl y Tomás de Aquino[4].  Se trata de un diálogo  imaginario en el que Santo Tomás visita a Husserl en su casa de Friburgo. El santo admite la pretensión de rigor radical que supone el método fenomenológico, pero va  más allá, señalando a la fe como un medio de acercarse  a la verdad. La Fenomenología quiere llegar a un conocimiento liberado de todo subjetivismo, “un conocimiento  [habla Santo Tomás] que sea absolutamente uno con su objeto y que, por ello, esté al abrigo de cualquier duda. Le resultará ya perfectamente claro que para mí ese objetivo es inalcanzable. El ideal del conocimiento (…) está realizado en el conocimiento de Dios: para él son uno ser y conocer, pero para nosotros están separados”[5]. Esta es la clave del pensamiento de Stein, a partir de su conversión, unificar Fenomenología  y Cristianismo. O mejor: llevar las aportaciones de la Fenomenología al Cristianismo, como Santo Tomás hace con el pensamiento de Aristóteles (y también Platón y san Agustín, según Stein).   

Por último hay otro vector que confluye en este cruce de caminos. Frente a estas dos potentes corrientes espirituales mencionadas, se enfrenta el nazismo, con toda la fuerza de su ideología neopagana.

Es conocida la última etapa de su vida. Profesa como monja carmelita en Colonia. Cuando el peligro nazi comienza a hacerse patente, deciden trasladarla al Carmelo de Echt para apartarla del peligro. No obstante la detienen en el convento holandés y es trasladada a  Auschwitz  donde culmina su martirio.

Termino con esta pequeña y deliciosa anécdota: en julio de 1916 viaja a Frankfurt con su amiga Pauline Reinach y visitan la parte antigua, que a Stein le es familiar por la lectura de Pensamientos y recuerdos de Goethe. Entran a visitar la catedral y allí Stein tiene una curiosa experiencia:

“Mientras estábamos allí en respetuoso silencio, entró una señora con su cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes, a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar”[6].

En esta exquisita  inteligencia, que sabe vislumbrar aspectos profundos en las realidades más sencillas, se está incubando ya su futura conversión.

 

Publicado en Marchando Religión                  

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[1] Estrellas amarillas. Autobiografía: infancia y juventud, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 1992 trad. Carlos Castro Cubells.

[2] Estrellas amarillas, p. 406.

[3] Estrellas  amarillas, p. 241.  El subrayado es mío.

[4] Traducción de Alicia Valero Martín, Madrid, Ediciones Encuentro, (col. opuscula philosophica) 2001.

[5] ¿Qué es Filosofía?, p. 22.

[6] Estrellas amarillas, p. 370. El subrayado es mío.

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Nacido en Álora (Málaga), 1960. Profesor de Lengua , Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Málaga. Colabora con distintos medios con trabajos sobre temas literarios, sociales o religiosos.

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