Pablo Iglesias ha encontrado la panacea del Estado de Derecho elevado a la enésima potencia con un partido hecho a medida no sólo de sus credos pontificados en los altares de la egolatría más recalcitrante sino también de sus intereses particulares, en tanto en cuanto sólo le faltan los mismos usos estrambóticos de los pastores norteamericanos para gritar a la enfervorecida muchedumbre que la salvación ha llegado.
Su victoria en las europeas es fruto de un trucaje sectario consistente en esperar las discordias ajenas para presentar como soluciones propias lo que en Venezuela ha llevado al país a la más rotunda miseria con mensajes populistas, dirigidos a la población más inclinada a desintegrar los postulados de la soberanía popular por espurios intereses ideológicos. Una sociedad competitiva siempre tendrá en sus confusos electores la oportunidad para que los politicastros nutran sus ambiciones políticas alimentando la esperanza de los ilusos. Así la debacle sea por mor del proceso de lo democrático que encubre la intención totalitaria.
Como a Nicolás Maduro en una Venezuela al borde del colapso, se ha visto el plumero a Pablo Iglesias a quien antes se le vio la coleta, vaya por Dios qué desastroso currículum, aconsejando los destinos venezolanos junto al reverendísimo Monedero; sumos sacerdotes que han hecho posible el don de la ubicuidad multiplicándose sus meras identidades por un millón doscientos mil ciudadanos dispuestos a ser Iglesias y Monedero y lo que sea menester siguiendo instrucciones salmodiadas del todopoderoso señor del “a quien a mí me toca, nos toca a todos”, ya puesto a multiplicarse al infinito con su nominal propósito de ser un todo allá donde vaya… Todo un dios, vaya.
Si Jesús multiplicaba panes y peces, Iglesias se multiplica por sí mismo cuando dice que se querella contra Esperanza Aguirre y Eduardo Inda por apostillar una investigación policial sobre las amistades del señor. Hay que reconocer que Jesucristo lo hizo muy bien, pero lo de Iglesias no tiene nombre; cuestión paradójica dado que ese nombre está hasta en la sopa y el desconocido ha irrumpido con tales ínfulas celestiales que cualquier día amanecemos viéndole gravitar y abarcando con sus manos los designios mundiales desde su poltrona de eurodiputado. Poltrona que como trono previo no está mal, a sabiendas de las gruesas aspiraciones que le impulsan sin miramientos hacia el poder absoluto con el control de los medios de comunicación y las jarreteras del comandante Chávez cedidas para la ocasión, o debería decir mejor para la oportunidad por aquello de, valga la obligada redundancia, el oportunismo.
Seamos realistas en medio de la veleidad que propagan otros considerando un milagro lo sucedido con Podemos. Milagro democrático por magia pura no va a ser porque haya encontrado en las urnas un millón doscientas mil papeletas que, en ingrávidas disposiciones, desde el ara de la Complutense le hayan llevado a Bruselas, no. Magia, lo que se dice magia tampoco ha sido con unas precondiciones de popular descontento capaz de comerse el conejo que este aprendiz de mago se sacara de su chistera bolivariana. Esgrimiendo la fácil batuta de la demagogia el truco parecía cantado, aunque fue sorpresivo porque nadie podía esperar semejantes desatinos consistentes en salir de Málaga para meterse en Malagón. Cosas veredes.
Como prestidigitador, ilusionista de poca monta venido a más, sí que da la medida Iglesias Turrión ante sus fans de nuevo cuño; incluso algunos dispuestos a desclavar a Jesucristo para colocar al nuevo redentor, eso sí con carencia de clavos y escarnios públicos y menos coronas de espinas siendo aspirante Pablo a que desluzca la Corona del Rey contra la que disiente, esperando la coronación de su reino a lo repúblico castrista-bolivariano-de experimentos de politología va el tema- y por la gracia de un dios que vayan ustedes a saber si todavía no ha sido inventado.
Porque si de algo se precia la ideología chunga de quien mezcla los dimes y diretes sociopolíticos y los bate en un batiburrillo de ininteligibles, pongámonos solemnes, consignas almibaradas por el albur de los tiempos de la justicia social, es de ser la solución política sin parangón. ¿Esa pintiparada solución a las miserias del mundo donde ya pasó en suertes el socialismo desintegrador, en pro de un Estado omnipotente dirigido por arribistas que han sojuzgado de verdad a los pueblos y los han masacrado? Habemus mesías.
No, Pablo Iglesias no es un dios, siquiera un mago, acaso sí un ilusionista pero al que se le ven de inmediato las maneras de sus trucos. Un mal ilusionista. Un pésimo y mal encarado ilusionista jugando con la desgracia de las personas que necesitan creer en la verdadera justicia que el sistema ha negado.
Cómo me hubiera gustado que la alternativa fuera funcional y veraz, no sólo efectista e inviablemente integradora. Todo lo contrario es lo que se vislumbra del imprudente dislate constantemente cometido por tan pequeñas zarpas politólogas que pretenden abarcar la molicie sociopolítica; la que tardó cuarenta años para convertirse en nuestra historia de libertades, en mayor o menor grado, sí, pero alcanzada por medio de un proceso constituyente y vinculante de todos los propósitos políticos.
No, lo de Pablo Iglesias Turrión no es inteligencia capaz de dirimir las problemáticas de España, sino un oportunismo perfectamente canalizado para entronizar un radicalismo que promete sin aportar respuestas que no sean la imposición del marchamo socialista al estilo bolivariano. El problema es que no tiene nada mejor que idear que no sea lo aconsejado a una Venezuela que se va por el retrete de Nicolás Maduro. Acaso todos los rollos de papel higiénico los tenga el tirano por no dar a basto al enfangarse con tanta, digamos, diarreica miseria.
España por ahí no cuela, o no debería. Los cantos de sirena están imanados de esa fácil indignación que al gran conjunto de los ciudadanos nos acomete con el panorama desolador de la corrupción, pero no todos pueden atarse a los mástiles u obstruir los oídos para evitar caer al agua y ser devorados por el avocastro de turno surgido del océano de nuestros coherentes inconformismos. No nos confundamos con erráticas heroicidades, Pablo Iglesias nunca fue ni será un Ulises.
España es un manicomio donde cabe de todo; desde napoleones hasta lenins de turno, reencarnaciones de fundadores de partidos claramente perjudiciales al devenir democrático y hasta profetas que se anudan las largas pelanas con cola de caballo para encabritar a las masas y sacar rédito político con chácharas de politología inaplicable por teoría propia, sin defender una verdadera finalidad constructiva para el conjunto de la sociedad española.
El egotismo del redentor es así de autosuficiente que carece de mínimo decoro en responder de sus personales arbitrariedades, despropósitos o hasta posibles delitos que cometa sometido al imperio de la ley. Como todos… menos él, que para eso es Pablo La Meca Turrión y tiene el don de la ubicuidad como el de la multiplicación identitaria para escurrir el bulto.
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