Blockchain y smart economy : democracia o plutocracia

Es probable que pocos lectores conozcan la nueva tecnología disruptiva de Internet denominada blockchain. Sin embargo, en un par de años el 80% del tráfico, tratamiento y almacenamiento de...
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Es probable que pocos lectores conozcan la nueva tecnología disruptiva de Internet denominada blockchain. Sin embargo, en un par de años el 80% del tráfico, tratamiento y almacenamiento de datos online se hará a través de este revolucionario sistema informático.

Este hecho, aparentemente intrascendente para la mayoría de la población, facilitará un nueva manera de entender el comercio nacional e internacional, la gobernanza administrativa, la seguridad informática, las finanzas, el control y gestión de cualquier tipo de información pública y privada, y la manera de relacionarnos digitalmente con todo el mundo.

La era digital del Big Data y de la conectividad online irá más allá del Internet de las Personas, que facilita la comunicación entre personas, o el Internet de las Cosas, que facilita la comunicación entre máquinas o productos, ligado a la Inteligencia Artificial.

Este nuevo Internet del Valor (o de los bienes) lo cambiará todo.

Hasta ahora usábamos Internet básicamente para dos cosas: relacionarnos con personas de manera rápida, sencilla, efectiva y barata en todo el mundo -para lo cual es fabuloso- y para buscar información sobre cualquier tema que podamos imaginar siendo la biblioteca más gigantesca que jamás haya existido, la más variada, la más internacional y sobre todo accesible en cualquier rincón del globo y a cualquier persona. Y no sólo almacena libros, artículos, noticias, informes, etc. lo almacena absolutamente todo: música, programas de tv y radio, periódicos, películas, fotos, mapas… Hace sólo veinte años nadie imaginaría que una aplicación informática revolucionaría por completo el mundo. Pero Internet lo ha hecho.

Recientemente hemos comenzado a usar Internet para comprar, vender, financiarnos, controlar nuestra cuenta bancaria, hacer transferencias… Pero aún este uso está menos generalizado de lo que podría estar. Y no lo está porque ahí existe mucho mayor desconfianza que en los dos otros ámbitos, comunicacional e informativo.

Que te timen chateando, te puede resultar hasta gracioso. Que te timen en una transacción de miles de euros no tiene nada de gracia.

Mentiras en la red

La función social e informativa de Internet está ampliamente extendida porque, en general, los usuarios buscamos más su efectividad que su fiabilidad, a pesar de que sabemos que el fraude en identidades e información es proporcional a la cantidad de información que entra en la red.

En otras palabras: sabemos que un alto porcentaje, mucho más del imaginable, de las informaciones en Internet son fake news, bulos, propaganda o simplemente información imposible de verificar y contrastar. Pero esto no es un fenómeno exclusivo de Internet. La denominada “prensa seria” y los informativos de radio y televisión no han estado exentos de esta problemática desde el origen de los medios de comunicación de masas. Por no hablar de la propaganda política o la publicidad de las grandes corporaciones. Así que la resilencia hacia las mentiras en la red es alta y también lo es la educación para detectar o disminuir el efecto de las falsas noticias y de la propaganda barata. Digamos que hemos desarrollado a lo largo del tiempo una “tolerancia” hacia la desinformación y las falsedades en la red y en los medios de comunicación.

Si creemos estar hablando con un atractivo y preparado joven de Madrid y descubrimos que en realidad es una señora de 65 años de Barcelona que ha creado un perfil falso para vender pintalabios, nos provocaría decepción, sonrojo e incluso gracia.

Pero todos mentimos en la red con nuestras mejores fotos de hace años y tratando de aparentar más de lo que realmente somos: más listos, más felices, más guapos, más profesionales. Es un fenómeno similar al de los curriculum vitae: tratamos de “maquillar” nuestra historia cuando, en realidad, al entrevistador lo que le interesa es justo aquello que no queremos contar, nuestras debilidades. Son éstas, más que nuestras capacidades, las que determinarán nuestra rentabilidad en la empresa.

La cuestión clave es que hasta ahora no había manera de saber quién era quién en Internet con un mínimo de fiabilidad.

Pero tampoco podíamos fiarnos de otras cosas.

Por ejemplo, recientemente se destapó en un programa de televisión el caso de un estafador que alquilaba por Internet, en plataformas perfectamente legales y conocidas, viviendas que no eran suyas. Una falsa identidad, una falsa empresa inmobiliaria, unas cuantas fotos, una plataforma inmobiliaria online -que no contrasta ninguna información porque es un simple algoritmo en un servidor-, y el tiparraco alquiló unas 100 propiedades que no eran suyas. Cobraba una pequeña fianza por adelantado… Y nunca más volvías a saber de él ni del supuesto alquiler. Todo ello de espaldas a los verdaderos propietarios o inquilinos de esa vivienda.

Pero, lo peor de todo, es que es muy difícil perseguir este tipo de ilícitos penales porque el sistema empleado es tan volátil y tan mal legislado, por ser algo reciente, que el las operaciones comerciales de compra, venta o alquiler por Internet siguen siendo poco fiables. Además, al permitir la tecnología multiplicar la facilidad y cantidad de la estafa por mil, no es necesario estafar mucho dinero a una persona, sino poco dinero a muchas personas, con lo que la persecución del delito se complica muchísimo más. Y por si fuera poco, puedes estafar en cualquier lugar del mundo desde cualquier lugar del mundo y no dejar rastro.

Esto ha creado el fenómeno de la monopolización del comercio digital en unas pocas compañías que dan seguridad al cliente: Amazon, Alibaba, Rakuten… Al igual que sucede en los medios de pago electrónicos. El caos y la inseguridad en la red favorece la “monopolización de la confianza”, es decir, las dictaduras.

El fin de la corrupción

Todo esto está a punto de cambiar con el blockchain o “cadena de bloques” en una traducción literal, que es una nueva filosofía de entender el almacenaje de información en el Big Data o grandes servidores de datos. En vez de centralizar el almacenaje se descentraliza en bloques encriptados entre una red descentralizada de servidores interconectados en tiempo real. El resultado sería como dividir un texto palabra por palabra y dejar que cada ordenador guardara una. Para leer el texto necesitaría acceder a todos los ordenadores a la vez con lo cual la información queda protegida contra cualquier hacker. Pero además tiene otras ventajas. El sistema permite añadir información pero nunca destruirla, por lo que la falsificación es imposible. Está hecho a prueba de corrupción. De hecho su implementación por parte de la administración acabará con la corrupción. A eso se suma a que algunos sistemas operativos de blockchain permiten ya 10.000 transacciones por segundo.

Es seguro, es rápido, es sencillo, es barato y es descomunalmente importante aunque ahora pocos lo vea venir.

Blockchain lleva asociado el concepto de smart economy o economía inteligente que tiene esta sencilla fórmula:

identidad digital + bienes y servicios digitalizados (tokenizados) + smart contracts (contratos inteligentes) = smart economy (Economía Inteligente).

En la actualidad hay dos modelos distintos de blockchain.

Simplificando mucho, el primero y más importante, por ahora, es el que apuesta por la autorregulación y la autentificación interna. El segundo es más legalista y garantista ya que apuesta por la regulación conforme a parámetros externos, no de los propios usuarios.

El primer modelo es por tanto “independiente” del regulador político, mientras que el segundo apuesta sobre todo por ser conforme a la legislación de cada estado y controlado por la administración pública quien dicta las normas.

En este último, tanto las identidades como los títulos de propiedad o los procesos de tokenización (transformación de un bien o servicio real en un bien o servicio digital) son supervisados notarialmente, garantizando la veracidad legal de la información del sistema y, por lo tanto, su exigibilidad ante los tribunales.

Esto permite operaciones comerciales completamente seguras y reclamables en un tribunal en caso de incumplimiento contractual. La ventaja sobre el sistema analógico, presencial o de “papeleo” (por llamarlo de algún modo) es que, una vez hecha una validación notarial de la identidad digital y de la tokenización, esta es definitiva y podrá operar cuantas veces quiera en el sistema sin tener que volver a validarse ante notario, sin papeleos y con total garantía.

Dada la interconectividad de todos los registros que serán obviamente digitalizados, cualquier cambio en las circunstancias de identificación o autentificación (por ejemplo un deceso o un siniestro) será automáticamente incluido en el sistema. No como sucede ahora que es posible ocultar durante meses un fallecimiento para beneficiarse de una pensión, modificar ilegalmente las clausulas de un testamento, falsificar la firma de un documento, o que recibas una multa de un coche vendido hace años porque aún no se haya registrado la transferencia, por poner algunos ejemplos del mundo analógico que va a desaparecer.

Por eso el blockchain, como arma para acabar con la corrupción, el fraude fiscal o la evasión de capitales, es definitiva.

Criptomonedas y nuevo patrón oro

Además no debemos olvidar otro aspecto importantísimo ligado al blockchain: las criptomonedas.

Hay también dos modelos: las que tienen un valor meramente especulativo y las que están basadas en bienes o valores reales (asset-backed cryptocurrencies).

Al primer grupo pertenece el famoso Bitcoin, que no es mas que un casino para los oportunistas pero una mala idea para conservar la riqueza, ya que está a años luz de la economía real.

Al segundo grupo, por ejemplo, pertenece el OneGram una criptomoneda con respaldo en oro acuñada en Dubai, o el ATL una criptomoneda de la agencia inmobiliaria internacional ATLANT con respaldo en propiedades inmobiliarias.

Pero también existen otro tipo de respaldos: petróleo, gas, divisas como el dólar, euro, yen, e incluso deuda pública o impuestos.

La idea es que detrás de cada criptomoneda que se acuñe online haya un bien real que esté garantizando su valor de mercado y, por tanto, se evite especular con su valor y éste sea mucho más estable en la medida que sea estable el valor del bien que la soporta.

Es el equivalente del antiguo “patrón oro” del sistema monetario antes de 1971.

La ventaja definitiva de las criptomonedas frente a las actuales divisas es que cualquiera puede acuñar su criptomoneda si tiene suficiente respaldo y credibilidad, permitiéndole competir de tú a tú con las divisas tradicionales. Incluso con más estabilidad que estas últimas.

Las criptomonedas con respaldo real junto a las identidades y tokenización vía notarial harán del blockchain la “autopista” del comercio y finanzas internacionales a gran escala, facilitando, agilizando y asegurando todo tipo de operaciones online con cualquier lugar del mundo de modo instantáneo.

Algo que ya ha comenzado y que se consolidará en menos de dos años. Eso será un paso de gigante para la globalización definitiva del comercio al alcance de todos: grandes corporaciones, pequeños negocios, administraciones estatales y locales, particulares. Todo ello sucederá tanto en los países más desarrollados como en los menos desarrollados, rebajando la desigualdad, y en todos los sectores: económico, cultural, político, educativo, sanitario, etc.

Economía real y virtual

El primer aspecto filosófico que plantea la digitalización de la economía y la smart economy es si ésta va a sustituir a la economía real.

De ningún modo debe hacerlo, sino ser sólo un potenciador o facilitador de la economía real. De hecho, como hemos dicho, es una herramienta contra la corrupción. Pero además puede serlo contra la especulación.

A pesar de que el Bitcoin es el último eslabón de una economía especulativa que ha ido desplazando a las economías basadas en la producción y el comercio, sobre todo en occidente, en el que el sector financiero ha alcanzado un gigantismo antinatural, la smart economy puede ser una “involución positiva” de cara a redimensionar el peso del sector especulativo y potenciar de nuevo la producción y sobre todo el comercio, que son el motor principal del empleo y la riqueza real.

Es decir, la smart economy es también una economía con vocación social y hacia la sostenibilidad.

De hecho el sector financiero deberá reinventarse. Al igual que ocurrió con el cine tras la irrupción del fenómeno streaming por el que ya no son necesarias las salas de cine, ni siquiera los videclubs, o también le sucedió a la radio cuando apareció la televisión, y le ha sucedido a la prensa de papel cuando ha aparecido la prensa electrónica; los bancos tienen que cambiar su modo de hacer negocio que tendrá que ser menos agresivo, menos especulativo, menos rentable, y muchísimo más comprometido con la sociedad.

Los bancos no tendrán ni el monopolio de la acuñación del dinero, ni el monopolio del crédito. Y por supuesto su capacidad de crear dinero de la nada a través del sistema de fraccionamiento llegará a su fin.

También la capacidad especulativa del mercado será infinitamente inferior. Eso facilitará que la economía real y la digital sean parejas, prácticamente “traducciones simultáneas” sin ruido especulativo.

No serán necesarias tantas sucursales y tendrán que revisar sus intereses, sus comisiones y las condiciones crediticias, porque el negocio se les va a escapar de su control y del control de los bancos centrales. Cualquiera podrá obtener crédito de cualquiera, donde quiera, en el tipo de moneda que elija, pactando las condiciones que le sean más ventajosas en un mercado absolutamente abierto y competitivo, sin monopolios de ningún tipo. Por fin podremos hablar de la “libertad de mercado” sin mentir.

¿Es el fin del negocio bancario? No necesariamente. Pero puede que las entidades bancarias tengan que replantearse volver a ser lo que fueron en su origen, meros depositarios de la riqueza real sin posibilidad de hacer uso de ella a su antojo: cajas fuertes donde guardemos nuestros “doblones de oro”.

El sector financiero se democratizará y volverá a tener el tamaño que debería haber conservado en equilibrio con el sector productivo y comercial. Pero sin duda alguna, el gran beneficiario de todo esto será el comercio.

Todo gracias al bolckchain.

Dilema moral

Como con el uso de toda tecnología, al igual que pasa con la energía nuclear que bien puede iluminar ciudades o destruirlas por completo, el uso del blockchain implica una decisión moral y, por tanto, política.

Se puede usar para mejorar la sociedad o para acabar por esclavizarla por completo. Podemos democratizar la confianza, la gobernanza, simplificar y potenciar astronómicamente el comercio local e internacional, acabar con la corrupción, reforzar la legalidad y seguridad jurídica, así como facilitar los procesos democráticos de toma de decisiones -democracia directa instantánea-, etc.

O por el contrario, podemos crear un Big Brother en manos de compañías privadas que destruyan por completo la poca soberanía real que nos queda como ciudadanos, como sociedad y como nación.

En otras palabras, hay que elegir entre un blockchain para la democratización y la justicia social o un blockchain para la plutocracia que ya domina el mundo.

Un blockchain bajo el control de la política, y por tanto de los ciudadanos, o un blockchain de las grandes compañías transnacionales y, por tanto, bajo el control de sus accionistas mayoritarios.

En menos de una década toda la información circulará por la red en blockchain y la inmensa mayoría del comercio a gran escala se realizará online en blockchain.

Si las administraciones no toman buena nota desde un principio y empiezan a regularlo ya, transformándose en desarrolladoras proactivas del blockchain y buscando su implementación desde la administración, sin delegar el asunto a la iniciativa privada, descubrirán asombradas cómo el poder político desaparecerá por completo, incluidos los estados, y todo el poder del mundo se acabará concentrando en los consejos de administración de media docena de corporaciones.

Por supuesto, como ocurría en el excelente film de ciencia ficción “Matrix”, para evitar que la población entre en shock y deje de ser productora/consumidora se le mantendrá ilusionada con la ficción de que es libre de elegir a sus representantes y de consumir lo que desee con total libertad y sin pegas morales, en medio de un clima donde ya los conflictos y la inseguridad estarán bajo control con el barniz de los Derechos Humanos como dulce fragancia.

Pero la realidad será otra bien distinta y aterradora.

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EconomíaEspaña

Periodista y empresario. Áreas de interes: economía, medio ambiente y diversidad cultural. Columnista en La Tribuna del País Vasco. Redactor Jefe de Buceo XXI. Director de publicaciones. Gerente de empresas de comuncación. Licenciatura en periodismo, publicidad y Relaciones Públicas. Mediador cultural. Administrador de fincas urbanas.

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